Me desnudo primero

12.01.2024

Lo más honesto que puedo hacer, es desnudarme yo primero.

Aquí os relato un resumen de mis primeros 40 años de vida.


Para los más perezosos, invidentes o quienes prefieran hacer este viaje con los ojos cerrados, disfruta de esta historia en versión podscast

Hay un dicho popular que dice "si a los 40 no eres rico, arre borrico".

Refiriéndose al dinero, efectivamente es cierto. Pero en cuanto a experiencias, puedo decir que a mis 40 tengo un preciado tesoro que he cosechado en más de 20 pueblos y ciudades de la península ibérica.

A lo largo de estos años, he vivido con gentes de muchos lugares del mundo, de Italia, Madagascar, Senegal, Argentina, Perú, Japón, Rusia, Argelia y además de eso, gentes con muchos oficios y condiciones diferentes; abogados, periodistas, camareros, prostitutas, prostitutos, fotógrafos, agentes de seguros, ladrones, soldados, club del top manta, maestras y carteristas entre muchos otros.

A día de hoy el lugar elegido para vivir es la bella ciudad de Granada. Otro empezar de cero, desde donde voy a contarles esta peculiar historia.

Una mirada que echo de menos
Una mirada que echo de menos

Corría el año 1983 y el 9 de mayo a las 11:30 de la mañana, vine al mundo en un pueblo de Alemania, Hemer. Fruto del matrimonio de Alfredo Y Juana, mis queridos padres.

Los recuerdos de aquella época son vagos, pero gracias a las historias que me han contado, guardo una bonita imagen de aquellos años.

Hordas de emigrantes españoles entre otros, fueron allí en busca de fortuna. Unos por decisión propia y otros arrastrados por la familia. La mayoría terminó como mano de obra en fábricas alemanas, mano de obra pura y dura.

Fui hijo único no por decisión de mis padres, sino por los problemas derivados de la cesárea que practicaron a mi madre el día en que nací.

"Por lo visto, estaba destinado a romper algunas cosas".

A los tres años en consenso con mis padres, me mudé a Lebrija, un pueblo de la provincia de Sevilla, donde a pesar de ser hijo único, tuve la suerte de criarme rodeado de primos, lo que hizo que fuera una época divertida, al menos para mí. Y es que cuando hablo con mis familiares de mi niñez, la expresión "eras un bicho" es bastante recurrente. Por lo visto era un niño inquieto, travieso e inoportuno, intuyo que bastante curioso. Siempre me despertó mucha curiosidad saber que había debajo de tanta ropa, entre otras cosas. 

Es algo que aun atesoro a día de hoy, ¡la curiosidad!.
Ansia viva desde pequeño
Ansia viva desde pequeño

Es de dominio familiar, que los que se cruzaban en mi camino a veces las pasaban putas. Situación ante las que mis queridos padres, familiares y vecinos, hicieron lo que pudieron. Recuerdo a una vecina de mi abuela que nos dio más de un escobazo a mi primo y a mí, la abuela de un famoso cantaor flamenco lebrijano "La mantequera".

Una etapa nueva

Y así llegué al colegio donde debido en gran parte a mi poco discreto carácter y mis formas de hacer, recibí generosas raciones de hostias por parte de algunos profesores. En concreto por parte de una profesora con talante falangista y por otro imbécil sin talento para el diálogo.

Recuerdo que durante una de sus raciones de afecto, me hice pis encima de tanta emoción, cosa que provocó las burlas por parte de los mamones de mis compañeros.

Y como nunca he tenido talento para la violencia, en aquellas situaciones optaba por llamarles hijos de puta y salir corriendo, cosa que siempre se me ha dado de maravilla, aunque tarde o temprano tenía que vérmelas con ellos y recibía lo mío.

Todo esto de correr me llevó al equipo de fútbol de mi pueblo, donde destacaba única y exclusivamente por correr muy rápido. ¡Vas a ser futbolista cuando toree Kubala! -me decía el entrenador de turno- o – velocidad estridente pero técnicamente cero-.

Aunque marqué algún gol, pasé sin pena ni gloria por el mundo del fútbol.

Y los estudios, bueno, nunca fui un gran estudiante. Tenía talento para otras cosas.

Mi vida era jugar con mis amigos, meterme en líos y esquivar hostias siempre que podía.

Tengo que decir que desde pequeño era un niño bastante sensible y eso de conocer gente siempre me despertó mucha curiosidad. Sobre todo gente que no me estuviese regañando todo el rato ni que tuviese afición por repartir hostias a los trastos como yo.

La bendita pubertad

Así llegué a la bendita pubertad, con un pollo mental importante, conflictos en casa, en la escuela, en una torpe búsqueda de aceptación y con un destino bastante incierto.

Empecé a cambiar de amigos, las motos y las chicas llegaron a mi vida y también, las drogas.

A los quince años y después de múltiples sucesos dramáticos, ingresé por méritos propios en mi primer centro de rehabilitación por exceso de dopamina en mi cerebro.

Familiares y amigos me apoyaron durante el proceso. Aquello fue una "mili" para mí. Las normas eran muy estrictas, tanto que ni a mear podía ir solo. No me extraña, ya que los miembros de mi club, desarrollamos una sutil destreza para el engaño.

Dos años duró, dos años que se hicieron eternos y aunque hubo muchas cosas que cambiaron, a mis cimientos les quedaba mucho por sanear.

Llegué a los diecisiete y conocí a la que fue mi primera pareja en sentido estricto y aunque con los siete años que me llevaba de ventaja me dio un master en cuanto al tema del sexo, la cosa no cuajó. Además tenía serias dudas sobre mi sexualidad, así que como buen curioso probé y seguí adelante con más dudas aun.

La fotografía

Como los estudios tampoco cuajaron, después de un breve paso por el oficio de escayolista, acabé en el negocio familiar, eso si que fue tener suerte, un estudio de fotografía. "Estudio Vaquero" se llamaba. Había tenido fotografía hasta en la sopa. Desde pequeño servía a mi padre como modelo en sus sesiones y pruebas de luces, le acompañaba en el cuarto oscuro donde podía ver como de forma mágica, una imagen aparecía sobre el papel recién velado y disfruté mucho de la bonita afición de mi madre por crear álbumes de fotos con textos descriptivos al pie de cada fotografía.

La fotografía me interesaba y también la música, aunque el resto de mi vida era bastante caótico e intermitente.

La vida golpea fuerte

Pasaron los años y a los veintiuno llegó el golpe más duro de mi vida hasta ese momento, que fue cuando mi madre decidió desaparecer de este mundo.

Aquello devastó a la familia, en concreto pienso que después de ella que perdió su vida, mi padre se llevó la peor parte, habiendo perdido a su media naranja y quedándose sólo con un hijo descarriado.

Aquella dolorosa experiencia a pesar de todo me hizo mejor persona y aprendí algo importante que condiciona mi vida desde entonces. Hay que tratar bien a las personas.

Aún pienso que si hubiese tratado a mi madre de una forma diferente, quizás aun seguiría con nosotros. Y a mi padre, le tengo en un merecido pedestal por todo el esfuerzo y el amor incondicional que me ha regalado.

A día de hoy está superado, pero entré durante muchos años en una espiral de autodestrucción bastante aguda repleta de momentos desagradables. No paraba de entrar y salir de centros, y todo mi mundo era un auténtico desastre.

Alrededor de unos siete años los pasé en centros de rehabilitación, más de lo que dura una carrera de ingeniería. La verdad es que aprendí mucho en siete años. Unos pasan "siete años en el Tíbet" y yo pues bueno, aprendía a mi manera.


Digamos que andaba con un pie en el infierno y otro soñando con tocar el cielo.


Por un lado estaban mis problemas personales y por otros todas mis pasiones e inquietudes; la fotografía, el deporte, los amigos, la música, el sexo y mis amores, que eran las cosas que me mantenían vivo.

Una decisión acertada

Así corrí a los veintisiete años cuando después de ser desheredado por mi abuelo, decidí usar la legítima para coger las maletas y marcharme.

Como destino elegí Cataluña, Salou en concreto, donde mi primera estancia fue una habitación en un piso lleno de senegaleses, muy majos todos, así que bendita ignorancia, decidí mostrarles mi agradecimiento obsequiándoles con un par de botellas de vino. Entonces aprendí que los musulmanes devotos no toman alcohol.

Como sólo sabía hacer fotos, tras varios intentos de entrar en algunas franquicias de revelado rápido, desistí siendo realista por primera vez en mi vida y empecé a buscar trabajo de camarero.

Ya se me daba bien escribir, así que publiqué mi primer relato de ficción en forma de currículum donde describía mis dotes como camarero, ficción que duró hasta el día de mi prueba, menos que un pedo en un vendaval. El metre vio algo en mi que le pareció simpático, así que me acogió en su regazo hasta que aprendí. 

Con mi compañera Merche en uno de mis trabajos de camarero
Con mi compañera Merche en uno de mis trabajos de camarero
Volé entonces de un pueblo a otro a través de la costa trabajando de friegaplatos, camarero y ayudante de cocina, hasta que llegué a mi primer gran destino, Barcelona.
Ángel Catena, mi querido amigo
Ángel Catena, mi querido amigo

Barcelona

Mi querido amigo Ángel Catena me dijo – los grandes barcos llegan a grandes puertos- y efectivamente, aquel lugar tenía guardadas muchas sorpresas para mí.

Ángel y yo conectamos desde el primer día y nos hicimos grandes amigos. Siempre que compartíamos un momento juntos, surgía la magia que sólo se da junto a personas como él.
Desafortunadamente para todos los que le conocimos y le queremos, se fue hace unos años. Le extraño, pero tengo tan buenos recuerdos de él, que cada vez que pienso en nosotros, no puedo evitar sonreír y sentirme afortunado por haberle conocido.

Prácticamente desde el primer día me hice un inseparable de mi cámara, y a pesar de seguir pagando el alquiler gracias a la hostelería, todo mi tiempo libre lo dedicaba a hacer fotografías. Cada día salía a la calle lleno de ilusión, admirando el paisaje urbano y la multitud tan variopinta e irresistiblemente fotogénica que me rodeaba. Me encargaba de hacer llegar las fotos a mis efímeros modelos, me apuntaba a cualquier evento aunque fuese de forma altruista, para hacer contactos y sobre todo fotos.

Así empezó una etapa muy intensa para mí.

De las mejores experiencias 

Hablaba con todo el mundo de mi pasión por la fotografía y de mi hambre de proyectos y por aprender. Podía notar cómo la gente se contagiaba de mi pasión y alegría, así que la dinámica creció y creció, hasta que los proyectos empezaron a llegar; sesiones de fotos con músicos, modelos, actrices, entrevistas con otros artistas y una energía inagotable que me inundaba por dentro. Pasé de forma breve por el cine y la publicidad, donde hacía de ayudante del director de arte y como director de fotografía u operador de cámara en los diferentes proyectos en que me contrataban, estaba en mi salsa.

Me dicen que tengo una flor en el ojete

Llegó 2014 y no imaginaba que la suerte me esperaba a la vuelta de la esquina, cuando rodando una película de serie z en un pueblo llamado Berga, el 22 de diciembre el boleto de lotería que compré en un estanco tocó. Me dio el segundo premio de la lotería nacional, ciento veinte mil eurazos que repartí previo acuerdo con mi padre, sus hermanos y mis primos de Madrid. Experiencia que os recomiendo encarecidamente.

En resumen, lo mejor de esta etapa fue descubrir toda esa energía positiva que tenía dentro de mí y ver cómo funcionaba a mi alrededor. Me sentía muy querido y podía ver cómo los demás disfrutaban de estar en mi compañía.

Estos años en Barcelona me hicieron darme cuenta de mi potencial como fotógrafo, mi trabajo gustaba y era diferente, así que había encontrado mi sello personal. 

Podéis ver mi trabajo como fotógrafo en https://www.fredvisionav.com

De nuevo llegó la necesidad de volar

Llegó de nuevo la necesidad de volar y encontré algo nuevo. Aparqué la fotografía un momento y me vi trabajando de camarero en un pueblecito en la costa de Gerona, fue allí donde tuve mi primera huerta ecológica. Aquello hizo despertar en mi otra pasión, la pasión por la horticultura y hasta hace unos meses, he vivido en entornos rurales como voluntario, recolector y luego gestor en proyectos de agroecología.

Estas experiencias me cambiaron la vida. De hecho empecé a soñar con vivir en un bosque rodeado de árboles y plantas comestibles donde pudiese construirme una cabaña con mis propias manos viviendo de lo que cultivase, y así lo hice. 

Llegué a Maro, donde he vivido el último año y medio en lo que llaman, "el último vergel" todo un paraíso en la costa subtropical de Málaga. Me construí mi cabañita y sobreviví como jardinero y regante entre otras cosas junto con mi amiga Sara. 

El tesoro más preciado

El tesoro más grande que encontré allí fueron las personas que conocí. Personas con un valor humano excepcional, llenos de vida y con inquietudes alternativas.  Ese es otro de mis talentos, la capacidad para dar con aquellos que me hacen ser mejor persona.

Un nuevo empezar

Hoy Granada es un nuevo gran puerto donde me ilusiona descubrir, aprender y compartir aquello que tengo.

A pesar de no haber creído nunca en el "para siempre", todas las personas que he fotografiado y muchas de las que he conocido, viajan conmigo en mis recuerdos.

Te propongo que seas un pasajero más en este intenso viaje.

¿Me acompañas? 

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Autor: Alfredo Vaquero www.fredvisionav.com
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